La violencia, la injusticia, la pobreza, el estigma y las normas culturales son sólo algunos de los muchos obstáculos que las niñas deben superar para prosperar. Al apadrinar a una niña, puedes ayudarla a luchar por su futuro. ¿Crees que no puedes marcar la diferencia? Hoy te presentamos cinco niñas que han roto las ataduras que las retenían.
1. Génesis en Ecuador: rompiendo el vínculo del bullying
Génesis vive con su familia en un pequeño pueblo agrícola cerca de Ambato,Ecuador. Es una de las zonas más pobres del país, donde mucha gente no tiene acceso a la sanidad, la educación y el agua potable. Su familia luchaba por llegar a fin de mes.
Cuando tenía 10 años, Génesis sufrió una parálisis facial repentina que le desfiguró la cara y tardó más de un año en curarse. Era constantemente acosada en la escuela y no alcanzaba a ver ninguna esperanza para su futuro.
Pero entonces entró en el programa de apadrinamiento infantil de World Vision. La familia le enviaba cartas de ánimo y cariño y su apoyo la ayudó a conseguir el material escolar y la atención sanitaria que necesitaba para volver a la normalidad. Génesis también empezó a participar en talleres y actividades que cambiaron su forma de pensar y le dieron confianza para convertirse en una joven independiente.
Hoy, con 14 años, es una chica segura de sí misma, feliz y conoce sus derechos. Ahora ayuda a otras niñas de su comunidad a conocer sus derechos y a luchar por un entorno seguro en sus escuelas.
«Mi vida ha cambiado gracias al programa de apadrinamiento de World Vision», dice.
2. Sudha en la India: romper el vínculo de la violencia contra las niñas
La familia de Sudha vive en la bulliciosa ciudad de Delhi, India. Sus padres se esforzaban por mantenerla a ella y a sus dos hermanas menores. A menudo, su padre no las dejaba salir a jugar, y las niñas se ponían tristes. Pero la ciudad es un lugar peligroso para las niñas: la violencia contra ellas es frecuente, el tráfico de personas es una amenaza constante y muchos niños se ven obligados a trabajar en lugar de ir a la escuela.
Pero cuando tenía 6 años, Sudha se convirtió en una niña apadrinada por World Vision, y asistió a una reunión infantil. «Me sentí involucrada en algo grande e importante», recuerda Sudha. Pero al mismo tiempo, también pensó: «¿Qué puedo conseguir yo sola? O ¿qué puedo lograr siendo una niña?».
Aun así, Sudha estaba intrigada. Siguió asistiendo a las actividades del programa, donde aprendió sobre sus derechos y empezó a ganar confianza. Luego se unió al parlamento infantil, un foro donde los niños y niñas discuten ideas y formulan planes de acción.
«Antes me sentía rara hablando en voz alta, pero ya no», dice Sudha.
Ahora Sudha utiliza su voz para hablar en nombre de otros niños de su comunidad. Trabajando en la Unidad de Protección de la Infancia desde el comienzo de la pandemia, convenció a los padres de una niña que había sido enviada a trabajar a una fábrica para que la devolvieran a la escuela, y ayudó al padre de otra niña a comprender el daño que estaba haciendo al golpearla y a decidir cambiar su forma de actuar. Sudha es ahora una agente de cambio en su comunidad que ayuda a abordar los mayores retos a los que se enfrentan las niñas de su comunidad.
«Me preguntaba por qué estas cosas ocurrían más con las niñas o las mujeres», dice. «Hay que concienciar a las niñas. Cuando comprendí nuestros derechos y todo lo que podemos hacer, solo una idea rondaba mi cabeza: debía compartirlo con otras niñas y mujeres».
3. Artjola en Albania: romper el vínculo de las expectativas culturales
«¡Desearía ser un niño!» manifestó Artjola a su madre cuando era pequeña. Al crecer en Albania, vio que los niños tenían más libertad que las niñas. Le encantaba jugar al fútbol, pero sus padres le decían que era un deporte para niños, no para niñas como ella.
«Hubo momentos en los que me enfadaba y lloraba, pero no dudé en decirles que me encantaba el fútbol y que no quería dejarlo», dice Artjola.
También era conscientes de cómo las niñas se casaban jóvenes sin poder recibir una educación, y cómo las niñas eran víctimas de la violencia.
Artjola estaba decidida a cambiar las cosas, pero no estaba segura de cómo hacerlo. Pero entonces, fue apadrinada y empezó a recibir cartas de su padrino.
También empezó a conocer sus derechos a través del programa de apadrinamiento infantil y se fijó metas para el futuro. «Mi futuro no consistiría en un matrimonio precoz ni en sufrir violencia, como ocurría en muchos casos a mi alrededor», dice. «Más bien, estudiar y tener una carrera».
Artjola también descubrió que, utilizando su voz, podía liderar un cambio real en su comunidad. Un día, siendo adolescente, una chica a la que conocía desde el jardín de infancia le confió que estaba a punto de casarse, pero que era algo concertado y que ella no quería. Artjola animó a la chica a hablar con sus padres, y así lo hizo, y ellos la escucharon y pospusieron el matrimonio dos años más, hasta que fuera mayor de edad.
Artjola tiene ahora 22 años y aprovecha lo que ha aprendido para seguir abogando por el cambio como becaria de World Vision. Dice que las niñas necesitan romper las barreras invisibles sin violencia pero siempre con fuerza.
«Durante el resto de mi vida, llevaré conmigo todo lo que he aprendido aquí; para alzar mi voz contra la injusticia».
Y hoy, Artjola ha cambiado el grito de su infancia. «Estoy feliz de ser una chica. Las niñas podemos hacer cosas mejores y crear nuevas oportunidades».
4. Dafroza en Tanzania: romper el vínculo de los estereotipos de género
No es habitual ver a una chica cortando el pelo en una barbería, pero Dafroza, de 15 años, está cambiando la norma en su comunidad de Tanzania, haciendo precisamente eso.
Dafroza era tan sólo una niña cuando se vio obligada a abandonar la escuela por problemas de salud. Pero el hecho de que su educación formal se detuviera no extinguió su deseo de aprender y soñar con su futuro.
«Siempre que iba a cortarme el pelo, admiraba a los peluqueros», dice. «Observaba cómo usaban la máquina de afeitar. Quería ser como ellos».
Gracias al programa de apadrinamiento de World Vision, Dafroza adquirió la confianza necesaria para perseguir sus sueños. Empezó a practicar, cortando el pelo a sus hermanos con la afeitadora de su padre. Se corrió la voz de que su hermana les cortaba el pelo, y pronto las mujeres de la comunidad empezaron a llevarle a sus hijos para que les cortara el pelo. Pero ella quería aprender más, así que le rogó a su padre que la llevara a la barbería local y le permitiera aprender. Al principio, él pensó que se refería a la peluquería de mujeres, pero cuando ella le corrigió, dudó aún más.
«Me sorprendí cuando me enteré de que quería ser peluquera», dice Eliakimu. «Me pregunté de dónde había sacado esa idea de trabajar con chicos».
Finalmente, habló con el dueño de la barbería local para ver si podía enseñar a su hija durante seis meses, y él aceptó. Hoy, Dafroza es peluquera de profesión. Le encanta, pero eso no significa que sea fácil.
«Como chica, uno de los retos de este trabajo es la molestia de los hombres», dice Dafroza. «Quieren aprovecharse de mí. A veces las mujeres no están contentas de verme afeitar a sus maridos. Algunos hombres no se sienten cómodos, pero poco a poco lo van aceptando».
Pero ella no se deja amilanar, y algún día espera tener su propia tienda. El padre de Dafroza está orgulloso de todo lo que ha conseguido.
«Es en lo que ella creía», dice.
5. Michaela en Filipinas: Rompiendo el vínculo de la explotación sexual en línea
Como la mayoría de los jóvenes, Michaela ha crecido en Filipinas utilizando Internet de forma habitual. En su país, mientras que el aprendizaje en línea se ha convertido en una herramienta recurrente tras la pandemia mundial de COVID-19, la explotación sexual de niños en la red ha ido en aumento. Pero Michaela no será una víctima.
Como niña apadrinada, ha aprendido a protegerse, y está haciendo todo lo posible para ayudar a proteger a otros niños y niñas también. Dice que muchos niños no entienden lo peligroso que puede ser Internet.
«Piensan que todo lo que está en la red está bien», dice, «Esto no es bueno. La explotación sexual se aprovecha de la ingenuidad de los jóvenes».
Michaela hace carteles y organiza debates de grupo bajo un árbol en su comunidad, e invita a otros niños y niñas a participar para aprender cómo mantenerse seguros en la red.
«Mi hermana es mi inspiración y mi modelo a seguir», dice.
De cara al futuro, Michaela espera convertirse en profesora, algo que sin duda hará con gran maestría porque ya tiene mucha práctica.
Cientos de niñas como estas cinco están esperando para madrinas y padrinos que les ayuden a derribar las barreras que se interponen en su camino. Apadrina a una niña antes del 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, y únete al movimiento por el cambio.