La lucha contra el hambre en Malí

¿En qué piensas cuando reflexionas sobre el trabajo de World Vision?

¿Una persona con una camisa naranja tirando bolsas de arroz desde un camión? ¿O tal vez un médico sosteniendo a un bebé con bajo peso? Tal vez pienses en barrigas llenas y caras sonrientes.

La realidad es mucho más compleja. Solo hay que mirar a Aichata, de ocho años, que lucha contra el hambre en Malí, para darte cuenta de que responder a una crisis de hambre es mucho más que proporcionar alimentos.

Durante este tiempo de agitación global extrema, la compleja relación entre la COVID-19, un clima cambiante y el conflicto en aumento, significa que los niños como Aichata se ven obligados a enfrentar crisis tras crisis sin descanso. Por esta razón, la respuesta de World Vision debe centrarse en desarrollar resiliencia y ayudar a las comunidades a ser autosuficientes.

Para Aichata, su batalla contra el hambre comenzó hace cuatro años, cuando ella y su hermana tuvieron que mudarse con su abuela porque sus padres ya no podían mantenerlas.

Aichata (centro) y su hermana con su abuela.

“Cuando mis padres nos informaron que íbamos a vivir con nuestra abuela, me puse muy feliz”, dice Aichata.

Pero las cosas se deterioraron rápidamente. “Cuando me mudé aquí por primera vez, mis padres nos enviaban una bolsa de mijo todos los meses. Pero después de un tiempo se detuvo. Después de eso, nos acostábamos muertas de hambre”.

La abuela de Aichata, Guessa, se siente muy mal porque las niñas se vieron obligadas a soportar esto. “Antes de la inestabilidad actual, cultivaba, recolectaba y vendía leña y carbón, lo que me permitía cuidar bien de las niñas”, explica. “Hoy es muy difícil llegar a fin de mes”.

World Vision ha estado en Malí durante décadas, pero la situación ahora es más extrema. El impacto del conflicto, la COVID-19 y el clima cambiante en los últimos dos años ha hecho que el objetivo de lograr el «hambre cero» esté aún más fuera del alcance… y ha llevado a millones de niños y niñas al borde de la inanición.  

Aichata y su hermana Fatoumata fuera del aula

Aichata conoce bien esa sensación de hambre. “A mí no me gustaba estar aquí, porque la abuela no tenía comida para darnos de comer a mi hermana y a mí”, dice.

En este momento, 2,16 millones de niños y niñas malienses como Aichata necesitan desesperadamente apoyo humanitario.

Y no solo necesitan comida y agua. Necesitan seguridad, lugares seguros para aprender y comunidades que puedan ayudarlos a crecer. Necesitan esperanza y una oportunidad.

Para Aichata, esa esperanza llegó en forma del Programa de Resiliencia y Transferencia de Efectivo de World Vision. Una ayuda en lugar de una limosna que permitió a la abuela de Aichata poner comida en la mesa y al mismo tiempo hacer que las niñas pudieran volver a la escuela.

Aichata con su material escolar

Hoy Aichata tiene las esperanzas renovadas para el futuro.

“Deseo ser maestra cuando sea mayor”, dice. «Deseo que mi hermana y yo tengamos éxito en la escuela para tener dinero que nos permita comer bien y ayudar a otras personas como nosotras cuando crezcamos».

Ahora mismo más de 45 millones de personas están a un paso de morir de hambre. Se necesitan medidas urgentes para salvar vidas a fin de evitar una crisis de hambre que podría matar a decenas de miles de niños y niñas.

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