“Cuando estás en una situación peligrosa, corres. Te olvidas de todo, porque la vida es lo más preciado”, dice Angelo.
Él, su esposa Viola y sus hijos pequeños escaparon de Sudán del Sur al amparo de la oscuridad, para escapar de una muerte inminente en uno de los conflictos más sangrientos de su país. La familia caminó entre 60 y 70 km hasta la frontera con Uganda. Las imágenes de la muerte en el camino permanecerán en la mente de Angelo para siempre.
Cuando llegaron a Uganda, a la familia se le dio una pequeña parcela de tierra desde para comenzar su nueva e incierta vida en un nuevo país. Fueron una de las primeras familias de refugiados en vivir en lo que ahora conocemos como uno de los asentamientos de refugiados más grandes del mundo: Bidibidi.
Ahora viven su quinto año en el asentamiento, y Angelo es un líder conocido en la comunidad: líder de la iglesia, miembro del comité de protección infantil, líder del consejo de bienestar de los refugiados y padre adoptivo; pero él considera que su papel más importante es el de un padre amoroso de familia.
“La gente en el asentamiento nos mira a mi esposa y a mí y se pregunta por qué nunca nos peleamos. Nos admiran y hasta piensan que somos ricos”, dice divertido.
“Angelo es un hombre muy amable. Me aceptó en su casa y me cuida muy bien. Aquí puedo comer, no como antes, cuando vivía con mi abuela”, dice Brian, de 13 años, el hijo de adoptivo de Angelo.
Angelo atribuye la relativa calma y felicidad de su hogar a dos cosas: Dios y la comida. Aunque casi un cuarto de millón de personas reciben alimentos de World Vision y el Programa Mundial de Alimentos en este asentamiento, la perspectiva de alimentos de Angelo es diferente a la de los demás. Para él, la comida es mucho más que una simple comida.
“La comida es mejor que todas las demás cosas porque la comida trae unidad. La gente come junta. Una vez alimentado, puedes cooperar con los demás. Detiene las peleas y la violencia doméstica”, dice.
Angelo es un experto en la resolución de conflictos en su comunidad y dice que cuando hay suficiente comida disponible, sus servicios no tienen mucha demanda porque los hogares están en paz.
Cuando Angelo huyó con su familia hace ya media década, su amada moto vino con él.
“Conseguí esta motocicleta de mi hermano en Sudán del Sur”, dice. “La apreciábamos en casa y es por eso que luché duro para poder traerla a Uganda”.
Pero hoy, la moto tiene una nueva vida. El impacto devastador de las restricciones de la COVID-19 y los recortes en las raciones de alimentos significa que gran parte de la población de Bidibidi pasa hambre. Angelo no puede ofrecer mucho en cuanto a recursos, pero puede ofrecer su moto.
“Ahora me ayuda a conseguir comida, pero también a realizar mi otro trabajo en la comunidad”, dice. En ocasiones, Angelo utiliza este mismo medio de transporte para transportar alimentos para personas con necesidades especiales, como ancianos y personas con discapacidad en su comunidad.
En los días de distribución de alimentos, Angelo se pone su camiseta blanca, guardada para ocasiones especiales, y se dirige a un centro de distribución alimentos de World Vision. Carga su motocicleta con unos 7,5 kg de mercancías en forma de maíz, legumbres, aceite, sal y jabón.
«Muchos hombres piensan que recoger comida es trabajo de mujeres. Por eso hay muchas mujeres en los puntos de distribución, pero a mí no me importa”, dice.
Cuando termina, regresa a casa. Sus hijos escuchan el rugido del motor y se emocionan al verlo regresar. Los niños se ponen muy contentos y enseguida empiezan a jugar encima de las bolsas de comida con la alegría y la esperanza de tener una comida asegurada para el día.
Después de comer, Angelo dirige a su familia en el estudio de la Biblia. Celebran las muchas bendiciones del día.
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