Los conflictos, el cambio climático, la COVID19 y los efectos económicos de la crisis de Ucrania, fomentan la creación de nuevos focos de hambre y el empeoramiento de los existentes, revirtiendo los avances que las familias habían logrado para escapar de la pobreza.
En 2021, asistimos al inicio de una crisis mundial del hambre sin precedentes. Incluso cuando las medidas de mitigación de la COVID-19 disminuyen en todo el mundo, los efectos persistentes de la pandemia siguen afectando de forma desproporcionada a las familias que luchan en los países más pobres, contribuyendo a aumentar la disparidad socioeconómica en todo el mundo. Desde el estallido del conflicto en Ucrania en febrero de 2022, la espiral de precios de los alimentos, el combustible y los fertilizantes ha agravado estos factores a nivel mundial, fomentando las crisis humanitarias existentes.
Sabemos que el aumento de los costes y los niveles de crisis del hambre vienen acompañados de otras cuestiones complejas. Además de responder directamente al hambre y a las crisis de precios con el suministro de alimentos de emergencia, también proporcionamos agua potable, acceso a servicios de nutrición, salud y protección de la infancia, y mejoramos la resiliencia ante la inseguridad alimentaria.