Tres años después, la crisis de los refugiados rohingya sigue siendo una
crisis de protección. Los rohingya que llegaron en 2017 no tienen reconocido estatus de refugiado en Bangladés, acceso a medios de vida u oportunidades educativas adecuadas. Cada día vivido en esta situación incierta agrava su vulnerabilidad y trauma.
Muchas familias rohingya adoptan estrategias de alto riesgo para satisfacer sus necesidades básicas, incluyendo endeudarse cada vez más e intentar realizar peligrosos viajes al extranjero, que les exponen a los riesgos de la trata de personas, así como a los problemas de protección de los niños y a la violencia de género.